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Hoy hace 100 años en la Antártida... Así muere un valiente y un caballero

Nunca he visto a alguien caminar con más gallardía hacia la muerte que a nuestro compañero Oates. Hoy ha ofrecido su vida, en el más estricto sentido de la palabra, por darnos una oportunidad de sobrevivir. Nuestra última oportunidad
Cómo poner en unas pocas frases el sentimiento de admiración que sentimos por nuestro compañero Oates, el capitán Oates, al que nos referíamos de tantas maneras: el soldado, Titus, el granjero… pero siempre con el respeto y afecto que se supo ganar con la discreción que le caracterizaba.
Desde hacía días sabíamos que no podía más y que, aunque hubiesen llegado los perros, su fin era cierto. Y si en estos días nos ha dado un ejemplo de cómo soportar con entereza sus atroces dolores, hoy nos lo ha dado de cómo anteponer el bien común a su propia vida.
Anoche parecía que había llegado su fin, y cuando se durmió creía, todos creíamos, que no volvería a despertarse. Pero los designios del Altísimo son inescrutables y se despertó. Sabía que no le abandonaríamos, ya nos lo había propuesto ayer y nos negamos, aunque eso significó un nuevo retraso en nuestra desesperada marcha.
Hoy no quiso entrar en discusiones. Se aproximó a la entrada de la tienda y nos pidió que se la abriésemos, tenía sus manos tan congeladas que no podría haberlo hecho por sí mismo.
Luego, con naturalidad, nos dijo: “Voy a salir. Puede que tarde un poco”. En el exterior rugía una ventisca que le envolvió y le condujo a su última morada. No creo que exista mejor mortaja para un explorador polar.
¿Qué podríamos haber hecho? ¿Disuadirle? ¿Negarnos a dejarle salir? Sabíamos que iba a la muerte, pero también sabíamos que era un acto de valentía, el sacrificio propio de un caballero por sus compañeros.
Así que, comprendiendo la trascendencia de su acto, le dejamos salir despidiéndole con la mirada y rogando que seamos capaces de enfrentar la muerte con su mismo espíritu.
Poco después, aprovechando que la ventisca, saciada con su sacrificio, disminuyó de intensidad, levantamos el campamento y seguimos la marcha con el corazón encogido.
Poco después la ventisca arreció y tuvimos que volver a acampar. Dios quiera que el sacrificio de nuestro compañero no haya sido inútil y, sí no es así, que, al igual que él, no nos dejemos vencer por el desaliento, nosotros seamos capaces de seguir hasta donde podamos.
Edward W. Walton para el Strand Magazine, sobre la Barrera, a 80º02’S.

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